Pareciera que llevasen un siglo sin verse cuando Èl la recogió en la playa. Ella olía a mar y desprendía el calor de quien pasa horas al sol. Había bebido mojitos, un par, con una amiga y ahora soñaba con una ducha, Sushi y muchos mimos. Así se lo hizo saber cuando Èl le preguntó.
Llegaron a casa. Ella se fue a duchar, para no llenar la casa de arena, Él mientras llamó al restaurante japonés de siempre. Apareció en la ducha y entro con ella.
-Alguien debería estar chupandome la polla.
Ella se arrodilló y comenzó a lamer despacio, como si hiciese siglos que no lo saboreaba... disfrutó de ello, le gustaba chuparsela, sentir sus gemidos... quería lograr ese grito de placer que la primera vez le asustó, pensando que le dolía... vivía para oír el placer de las mamadas. No era celosa pero a veces pensaba... si esto acaba espero que nadie se la chupe cómo yo.
Tuvieron que salir, después de Èl correrse porque alguien tenía que abrirle al repartidor. Él se puso un pijama, ella un corsé negro y turquesa. El Sushi era su comida favorita del mundo. Cenaron juntos en el sofá, probando diferentes sabores, disfrutando juntos, charlando. Y después, Él la mandó a la cama.
-Tocate, calientate para mi.
Ella se calentaba solo con su olor... aunque nunca se lo decía.
Cuando Él llegó follaron, con mordiscos y azotes, mirándose a los ojos, ella bocabajo y el encima, con el hitachi bajo ella... un polvo largo, con muchas posturas, con mucho placer, de los que recuerdas para siempre (al menos así lo sintió ella).
Se tumbó rendida, Él a su lado y lo observó quedarse dormido, mientras acariciaba su pecho sin que se diese cuenta. Se echó a un lado, para no despertarlo mientras se movía... se durmió.
En mitad de la noche, Èl la buscó en sueños y la abrazó fuerte.
En ese momento ella se dio cuenta de que no necesitaba practicas concretas, ni roles, ni juegos, sino alguien como Él a quien entregar su alma.