martes, 3 de noviembre de 2020

Domingo al mediodia.

 Correrse 25 veces seguidas no siempre había sido fácil para ella... es más, durante mucho tiempo pensó que era imposible, pero ahora, raro era el día que no se corría al menos 7 u 8 a Él le gustaba mantenerla activa, que no perdiese la práctica y que se notase que hacía lo que quería con su propiedad. Incluso una vez había llegado a correrse simplemente porque Él se lo había dicho. 

Cuando Él le ordenaba que se corriese un número de veces determinadas y la dejaba sola, tenía un archivo de imágenes mentales a las que siempre recurría. Agarraba SU almohada para obtener su olor y con una mano acariciando su clítoris recordaba

Aquella mamada en la que Él la obligó a ahogarse con su polla mientras ella se corría. 

El día que la azotó con la vara y después la abrazó y su olor se quedó tanto tiempo en ella como las marcas en su piel. 

El primer día que se atrevió a darle un beso por iniciativa propia, sin que Él se lo pidiese. 

Aquel día que hizo que se corriese delante de todos sus amigos, varias veces seguidas. 

La conversación en la que ella descubrió que no había ahodando en sus propias fantasías. 


Muchas de aquellas escenas a las que ella recurría, se habían repetido más de una vez, pero en general había un detalle que las hacía especiales. Después solo tenía que darle la fuerza adecuada a sus dedos y encadenar orgasmos. Repetirse que ella solo tenía que obedecer a su dueño, que las propiedades solo obedecen y cumplen con lo que se les ordena... y, generalmente de cinco en cinco, conseguía correrse el número de veces que Él le hubiese ordenado. Algunas veces tan fuerte que tenía que morderse el brazo o los labios para no hacer ruido, como Él le había ordenado antes de irse. 

Llegar a los 25 era quedar exhausta, las piernas le temblaban, no sentía los dedos, le dolían las muñecas y no podía parar de sonreír. El apareció en el cuarto:


-¿Cómo vas?

-Ya terminé mi ofrenda, Amo. 

-¿25? ¿Sin gritos?

-Si, Amo. 

-Bien. Otros cinco. 

Ella sabía que eso iba a suceder. siempre sucedía. Esta vez no le hicieron falta imágenes mentales, la sonrisa de su Amo al decírselo le había bastado y Él seguía ahí. Se empezó a tocar con fuerza:

-Vamos puta, que te he dicho que te corras, obedece... qué obedezcas.- dijo, dándole un azote en el muslo. 

Ahí se corrió, las otras cinco veces, le tembló la cabeza y se dejó llevar. 

Cuando Él la vio correrse desapareció. Volvió con un vaso de agua. 

-¿Ya?

-Si Amo. 

-¿Los cinco?

-Si Amo, gracias Amo. 

Él se sentó en la cama y la besó en la frente. 

-Pues ve a lavarte que vamos a salir. 

Ella cerró un poco los ojos, aún estaba algo mareada. Se agarró al cabecero y se incorporó. 

-No no, espera a sentir las piernas, a ver si te vas a caer y encima vas a fastidiarnos el aperitivo. 

Se metió en la ducha con cierto temblor aún en las piernas. Soñaba con un vermú al sol. Al salir Él la llamó. Fue al dormitorio aún con la toalla puesta, no sabía que tenía que ponerse. Sobre la cama un vestido azul con la falda de vuelo y el cinturón de castidad, que la limitaba más por el hecho de no poder ir a mear que por la castidad en si misma, ella solo se corría con una orden de su Amo. 

Él la ayudó a colocárselo después de darle una oportunidad más para mear y tras eso se vistió, se maquilló un poco y salieron. Fueron a tapear algo con unos amigos y Él decidió que comerían en la calle en vez de volver a la casa. Ella controlaba, dentro de las posibilidades que su Amo le daba, la cantidad de bebida que tomaba, pero cada vez resultaba más dificil. Un vermú y una copa de vino con la comida, un vaso de agua que su Amo había pedido para ella con el café y el chupito que el dueño del local ofreció. 

Cuando llegaron a casa Él se sentó en el sofá. 

-Amo ¿Me permitiría quitarme el cinturón para poder ir a mear?

-¿Ya tienes ganas? 

-Si Amo, por favor. 

-Te dejo elegir: puedes quitártelo ya y cambiarlo por las pinzas japonesas o esperar a que a mi me apetezca que te lo quites y correr el riesgo de mearte mientras me la chupas. 

-Espero a que a usted le apetezca, Amo. - dijo ella, pensando en el terror que le daban las pinzas japonesas. 

-De acuerdo, trae las pinzas normales. 

Erytheia palideció, no contaba para nada con eso... 

-¿Qué te pasa en la cara?

-Es que no es justo, Amo... 

-Si querías justicia haberte metido a abogada y no a sumisa. Tira a por las pinzas. 

-Si, Amo. 

Con las pinzas en los pezones, que su Amo le había colocado sin masajearlos antes porque ella era una bocazas, se la chupó durante mucho rato, al menos 40 minutos sin parar, con las babas por toda la cara y tirones en los pezones que Él le daba a cada rato. Tardó muchísimo en correrse y tuvo una corrida super abundante que a Ery le supo a merienda y gloria bendita. El semen, cuando gusta, gusta mucho. 

-Venga, trae las llaves, que te voy a dejar mear antes de que me manches algo

Y así empezó la tarde del domingo. 

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