A veces simplemente lo soñaba. Una cama enorme para quien quiere solo abrazos. Una habitación blanca a la que por alguna razón alguien, había pintado el techo de azul. A él, por supuesto le encantaba, el azul era el color de su vida, de su mar. Aunque hubiese dado igual... esa habitación le hubiese gustado de todas las maneras.
A veces soñaba que dormía allí, que seguía allí, que se revolvía entre las sabanas. Que el placer era tan inmenso como nunca había imaginado. Allí desnudó su cuerpo y por primera vez no lo sintió amorfo. Por primera vez se sintió bello, tal cual era.
A veces soñaba con él, con aquellos besos que se dieron, con su lengua recorriendo su cara... con cómo aquellas cosas que de otro le asqueaban, de él las quería. Parecía tenerlo todo. Esas cuatro paredes se convirtieron sin querer en un paraíso terrenal. Allí èl rompía cada uno de sus miedos. Sus pequeñas barreras eran logros enormes cuando caían... y solo lo hacían allí, en esas cuatro paredes, bajo el techo azul, sobre las sabanas revueltas.
Algunas noches lo soñaba, algunas noches, sin querer, seguía imaginando el futuro que tendrían juntos, aquel futuro imposible que en su cabeza había imaginado. Pero el mundo no estaba preparado para ellos, pero el universo tenia otros planes.
Y se revolvía en cada sueño, injusto, pensando que esta vez le tocaba a él ser feliz y que le había arrebatado demasiado pronto esa alegría.
A veces lo pensaba y creía que en 30 o 40 años, quizás, volvería a encontrarlo, volvería a darle una oportunidad.
Los hombres buenos merecen tener pequeñas ilusiones, aunque esas ilusiones aviven y hieran por igual.
A veces lo soñaba, imaginaba su cara, su rostro perfecto, su sonrisa de medio lado, sus ojos sinceros... su bondad infinita ( si al menos hubiese sido un poco cabrón) y entonces le decía: Se feliz, yo te sigo pensando.