domingo, 17 de enero de 2016

El juego de la estatua

Ese día había pensado pasarlo en casa. Llevaba varios días medio pachucha y saturada de trabajo. Eran las doce y media y estaba trabajando en la mesa del comedor cuando se abrió la puerta. Sólo Él tenía llaves. Me pilló desprevenida, en pijama y con todas las cosas del trabajo esparcidas.

-Hola pequeña. ¿Aún en pijama? Vamos.

Me agarró la mano y lo seguí por el pasillo. Una vez en el cuarto de baño abrió el grifo y comenzó a desvestirme. Estaba la bañera se llenaba poco a poco de agua que calentaba el ambiente. Cuando estuve desnuda me ordenó prepararme y me inspeccionó. Por suerte a pesar de haber estado regular no había descuidado la depilación. Me mandó meterme en la bañera.

-Mis brazos, me barriga, mi teta, mi otra teta, mi pezón -pellizco- mi otro pezón, mis piernas, mi coño...-Tres dedos dentro- mis piernas, mis pies. Bien, mi propiedad limpita. Ahora voy a lavarle el pelo. Así mi muñeca. Echa la cabeza para atrás cosita  mía, buena chica.

Me sacó de la bañera y me secó. Después me sentó en el suelo sobre las toallas y comenzó a secarme el pelo. Era minucioso en la tarea. Yo sabía que tanto mimo no me libraría de un castigo y efectivamente así fue.

-Lista, ven a la butaca.

La butaca era un sillón de mi salón donde Él se sentaba especialmente a regañarme por una falta cometida.

-¿Pensabas estar todo el día en pijama?
-No Amo.
-¿entonces?
-No  me di cuenta de la hora Amo.
-¿Qué te tengo dicho?
-Qué debo mantenerme aseada y vestida aunque esté en casa. Puedo ponerme mallas y ropa cómoda pero no pijama. Nunca más tarde de las doce en pijama.

-¿Y qué rutina te digo que sigas?

-Qué me levante, desayune  y me duche.

-Bien, has desobedecido, vamos a jugar a la estatua.

No sabéis cuanto odio el juego de la estatua. Consiste en arrodillarme tiempo marcado por una alarma que no sé cuándo va a sonar. Pinzas en los pezones, un plug en el culo, un vibrador al máximo en el coño y con la lengua fuera, sobre esta un cacahuete que no se puede caer. Pero lo peor es que lo hago en un rincón del salón mientras Él pasa de mí.

Debió notarse mi cara de disgusto pq antes de empezar me lleve varios azotes fuertes en cada nalga

Estuve así como mil años. Él leía, iba a la cocina a por frutos secos, bebía agua, pero ni me miraba.  Pensé que no aguantaría,  las ganas de correrme, de tirar el cacahuete al suelo, de frotarme contra su pierna como una perra... pero a la vez pensaba muchísimo en el castigo. Tenia que cumplir los protocolos a raja tabla si quería ser suya, pertenecer a su mundo. Esto no podía volver a pasar. Lloré un poco. Pero aguanté el castigo. Me puso la mano para que le diera el cacahuete y me quitó las pinzas lamiendo cada pezón para calmar el ardor. Me subió sobre su regazo en la butaca, como una gatita pequeña. Y me acarició el lomo y el culo hasta que me quedé dormida. Me despertó a la hora de comer, me había trasladado al sofá y había cocinado macarrones con salmón y queso. Hacía una semana le había dicho que me apetecían pero como estaba regular quería cuidarme. Ahora estaba bien y Él no lo había olvidado.

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