La recogí a la una y media. Llevaba un vestido blanco, suelto, con dibujos étnicos que ella calificaba como azul marino y yo puedo asegurar que los veía negros. Zapatos rojos, bolso rojo pequeñito y su nuevo peinado corto.
Estaba radiante y se la veía feliz.
Nos montamos en el coche y conduje hasta su restaurante favorito. Un lugar de pescado a la brasa cercano a la playa. Había reservado una zona apartada del local, un pequeño comedor privado.
Ella no paraba de besarme, abrazarme y acariciarme. No nos despegábamos, y con su felicidad andaba como a pequeños saltitos.
Pedimos albariño y dorada con patatas a lo pobre. De entrate ostras y de postre sorbete de mango fresa y limón.
Ella me seguía besando, sin apartarse de mí. Yo jugaba con sus pechos mientras insistía en que comiese.
Cuando acabamos de comer fuimos a mi casa fe campo. Se desnudó en la puerta. A cuatro patas gateó hasta el salón. La tumbé en el sofá y abrí sus piernas. La acaricié poco a poco. La besé y puse mi polla en su boca. Ella chupó con ganas, despacito (es la mejor chupando)
Al final la penetré lentamente. Recreandome en su cavidad, sintiendo cada trozo de su piel.
La follé lentamente, besándola despacio. Hasta que noté que estaba a punto de correrme y salí de ella, para vaciarme en su boca.
La llevé a cuatro patas hasta la cocina. La tumbé sobre la mesa y vendé sus ojos. Jugue con hielo sobre su coño. Azoté sus nalgad con la cuchara de madera. Y por último levanté sus piernas y me la volví a follar por su lindo culito. Se corrió con mis embestidas en su ano.
Me encanta ella.
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