Paseaba de su mano y mis pies apenas rozaban la acera. Habíamos desayunado en casa: café, tostadas y besos. Mientras me duchaba Eĺ había sacado de mi armario una faldita negra, medias de lunares, jersey azul marino y chaqueta de cuero; botines negros de tacón y rojo carmín en los labios.
Llevaba el huevo vibrador puesto y en su mano derecha, el mando. Vibraba a ratos mi cuerpo y yo me estremecía, siempre al borde del orgasmo.
La ciudad más antigua de Europa y en cada edificio de mas de 200 años un beso se apoderaba de mi lengua. En el mercado comimos sushi en un puestecillo. Subimos a la torre de la catedral. Pero, mi sitio preferido, fue un pasaje escondido que llegaba a ninguna parte.
Allí, me besó y subió mi falda. Me quitó el tanguita y lo guardó en mi bolso. Pellizcó mis pezones, libres de sujetador. Me quitó de un tirón el huevo y lo puso ante mi boca, saqué mi lengua y lo lamí hasta limpiarlo. Me besó.
-Erytheia, perrita mia ¿Quieres que te folle aquí?
-Por favor Amo, soy suya, toda suya.
-Bien perrita, buena respuesta.
Me la clavó hasta el fondo, me embistió con fuerza, me la clavó hasta el fondo y me dijo:
-Chiquita, córrete cuando quieras. Córrete todas las veces que quieras.
Exploté varias veces, sentí el paraiso.
-Bien perrita, por cada mil años que tiene esta ciudad, un orgasmo.
-Gracias, Amo.
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