Esta mañana he tenido un despertar diferente, mi silencio de estos días no ha sido casual si no causal... tanta pena pegada al cuerpo que incluso mi Amo tomo cartas en el asunto, y voz en mi mundo bajo una falda. Hoy después de deshacerme anoche de mi vestido de tul y mis lagrimas amargas, pegadas al alma como el calor nocturno se pega a la nuca; he despertado de otra manera. Hacía más sol por la ventana y las manos de mi Amo sobre mi pecho aún dormido, han acabado con un invierno que duraba demasiado. La felicidad es ese instante en el que mi Señor me besa los labios con aliento a sueños y me dice lo bonita que estoy despeinada.
He bajado a besos hasta su pecho, primera parada de mi lengua, he seguido en linea recta hasta su ombligo, descanso de mis labios y he acabado ahí donde vive la inmoralidad de mis acciones, mi casa.
He lamido el tronco despacio, notando el sabor salado de la alegría. Lo he besado poco a poco, con la ternura de una mañana que huele a felicidad. Lo he metido entero en mi boca, lo he hecho crecer con mi lengua, he soplado y he notado el escalofrío que le recorría, escalofrío de calor. He jugado ahí, en el paraiso que se forma entre sus huevos y mi lengua; hasta que al final, se ha derramado en mi boca y lo he tragado gustosa, desayuno de pasión.
Cuando he mirado hacia arriba sus ojos cerrados sonreían de placer. Le he besado los labios, que son el apartamento donde paso mis veranos y allí, refugiada entre sus brazos he vuelto a soñar mientras me hacía el amor.
-Buenos días mi Señor.
-Buenos días corazón.